La mañana de ayer nos sorprendió con la triste noticia de la muerte de Guillermo de la Torre, “el Maestro”, como siempre decíamos los trabajadores de este Teatro Nacional cuando lo cruzábamos en los pasillos o en su oficina en tiempos de su función como Director Técnico, o lo veíamos en los escenarios de las salas cuando seguía de cerca la realización de sus diseños para un espectáculo. La última vez en el Cervantes fue la escenografía de Stéfano, que se estrenó en la Sala María Guerrero en 2002 con dirección de otro gran maestro, Juan Carlos Gené. Coincidió con sus 50 años de profesión celebrados con homenajes, actos y sobre todo con una importante muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes adonde podían verse tantos vestuarios para los más diversos personajes, bocetos y maquetas de escenografías que daban cuenta de su minuciosidad y preciosismo, y que dejaban descubrir su gran pasión por el trabajo.
Guillermo de la Torre nació el 21 de julio de 1929. Egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, era un veinteañero cuando comenzó su carrera de escenógrafo y vestuarista en el teatro independiente. Pero no tardó en convertirse en un reconocido escenógrafo y vestuarista de teatro, ópera y ballet. Roberto Franco, Mario Vanarelli, Saulo Benavente, Xul Solar tuvieron gran influencia en su formación. Fue becado por el British Council y por la Fundación William Fulbright, docente en la Escuela Nacional de Arte Dramático, titular de la cátedra de Escenografía Teatral en el IUNA (actual UNA), profesor en la escuela de la Cárcova. Lo premiaron la Asociación de Críticos de la Argentina, el Fondo Nacional de las Artes; recibió el María Guerrero, el Gregorio de Laferrère y tantas otras distinciones. Fue director Técnico del Teatro Colón y del Teatro Presidente Alvear. Sus creaciones se vieron en los escenarios de pequeños teatros fuera del circuito como en los más grandes de costosas producciones. Imposible abordar en este recuerdo su extenso y prestigioso currículum, reconocido también en el extranjero. París lo tenía como asiduo visitante. Pasaba allí algunas temporadas y cuando regresaba disfrutaba contando las maravillas de esa ciudad en la que parecía sentirse tan feliz.
En estos últimos años no lo hemos visto por el Cervantes, pero siempre aparece alguna anécdota en la que él está presente. Hasta ayer nomás fue vicepresidente de la Asociación Amigos del Teatro Nacional Cervantes.
